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Ecuatoriano trabajó en telescopio Webb

Ecuatoriano trabajó en telescopio Webb
Javier López, primero a la izquierda, con sus compañeros de equipo. Atrás, el telescopio James Webb. Foto: Cortesía
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Elisa, la tía de Javier, tenía una casa en la Mexterior, un barrio del norte de Quito que tiene una vista espléndida y privilegiada de lo que era el antiguo aeropuerto Mariscal Sucre. Desde allí, Javier veía partir y aterrizar aviones. Era el génesis de una fascinación por los vuelos, que con los años lo ha llevado a diseñar naves que surcan los cielos. Y más allá.

Javier López es un quiteño de 47 años que emigró a EE.UU. en 1992. 29 años después, su nombre aparece entre los colaboradores del desarrollo del telescopio James Webb, que la semana anterior partió al espacio para fotografiar los indicios del Big bang.

¿Cómo un exalumno del colegio Benalcázar llegó a involucrarse en uno de los proyectos científicos más importantes de la astrofísica? Su mamá, Margoth, emigró a EE.UU. y se había radicado en Los Ángeles, lo cual es raro, porque los ecuatorianos suelen asentarse en Nueva York o Florida, pero ella eligió California. Y una vez que logró beneficiarse de la amnistía migratoria, le dijo que se fuera con ella.

Javier tuvo que pensarlo, pues le faltaba un año para terminar el bachillerato en el colegio Benalcázar. Aun así, se embarcó en la aventura de reencontrarse con su madre y buscar emparejar su gusto por la aviación y su habilidad para el cálculo y las matemáticas.

Los Ángeles es una de las áreas más importantes de la aviación mundial, así que sintió que todo funcionaba: que su madre hubiese migrado a California tenía sentido.

Cuando tuvo que elegir carrera se decidió por la ingeniería aeroespacial. Lo hizo en Cal Poly Pomona y su masterado en la Universidad del Sur de California (USC).

En su trayectoria profesional hay aviones militares y de carga. En la Boeing trabajó en el proyecto Delta, que es el cohete que lanzaba satélites militares, científicos y de comunicaciones. Desde el 2011 se integró a la compañía Northrop Grumman, que desarrolla naves militares de un diseño futurista, que recuerdan a una saeta corta. Su modelo más famoso es el x-47b.

Javier recuerda que, a finales del 2012, estaba en la sede de su compañía en Long Beach, mientras hacía análisis estructural de un avión de carga, recibió una llamada de su jefa, que estaba en Redondo Beach. Había finalizado el almuerzo y le dijo que se hiciera cargo de unos estudios de cálculo estructural para analizar y diseñar las sombrillas térmicas del James Webb. Su preocupación inicial era que nunca había estado en un proyecto de satélites. Le tomó seis meses dimensionar las expectativas de su contribución al proyecto, pues antes de él habían estado dos ingenieros de la Northrop Grumman, que no habían logrado su cometido.

El desafío era hacer los cálculos para que el despliegue de las sombrillas térmicas del telescopio funcionara correctamente. El James Webb podrá detectar luz infrarroja, algo inédito en este tipo de aparatos, lo que permitirá captar el destello del Big bang. Para eso, los sensores deben estar totalmente fríos, algo que se logra con estas membranas que evitarán la irradiación del calor del sol.

Las sombrillas son fabricadas de kapton y fueron encajadas a manera de origami en la nave que llevó al James Webb. El punto crítico que había que calcular es el correcto despliegue, con margen de error casi nulo: uno en una billonésima parte (es decir, que el proceso debería ser incorrecto si se repitiera un billón de veces).

La baja tolerancia al error se debe a que el Webb irá a una distancia de 1,6 millones de kilómetros y no hay forma de que una misión viaje para repararlo si llegara a averiarse. El telescopio Hubble, que es el que ha tomado la mayor cantidad de imágenes del espacio, está a 305 kilómetros de la Tierra.

Las membranas de kapton son tan finas que miden 0,001 pulgadas (0,03 milímetros), es decir, son más delgadas que una hoja de papel. El trabajo de Javier fue calcular cómo se extenderían y la tensión en el proceso.

Era un desafío computacional grande, asegura Javier, porque bajo esas condiciones los cálculos convencionales no son adecuados.

Javier ahora está en nuevos proyectos, que no puede revelar, como no lo hizo mientras trabajaba en el desarrollo del telescopio James Webb, por ser información sensible. Y si bien ha tenido que acarrear con ese secreto, la carga de su trabajo ha sido más fácil por cómo aborda las matemáticas, que es algo que aprendió en Ecuador. “Las clases en el Benalcázar me han servido hasta ahora”, finaliza

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